El marco de la pandemia que nos obligó a trasladar las clases presenciales a las clases online planteó para los docentes de todos los niveles y áreas un sinfín de desafíos. Me gusta pensar que, en algunos casos, pudimos sortear las dificultades y transformar los proyectos y la transmisión y construcción de saberes con las herramientas digitales con las que contábamos. Hoy me gustaría compartir una que disfruté en lo particular.
Llega a lo más alto como profesor particular
Todos los años, con mis alumnos de 6to grado leemos la novela El espejo africano, de Liliana Bodoc. Además de trabajarla desde múltiples enfoques (desde una perspectiva interdisciplinaria con Ciencias Sociales, al tratar temas como la esclavitud y el Cruce de los Andes, hasta debatir cuestiones de género que también aparecen en las clases de ESI), la novela nos sirve como un punto de encuentro con la historia familiar, las anécdotas de inmigrantes, y los objetos que pasan de mano en mano en cada familia.
Como cierre del proyecto, cada año les propongo a mis alumnos que, durante dos semanas, a dos o tres chicos por día les toque traer desde sus casas uno de esos "objetos preciosos", un tesoro que tal vez no tenga valor material sino simbólico, pero que además se ocupen de conversar con padres, abuelos, tíos, y de reconstruir su historia, para compartirla en la oralidad con su maestra y sus compañeros.
En diferentes ocasiones aparecieron relojes, cadenas, mantitas de bebé, cuadros, fotografías, anillos, camisetas de fútbol, instrumentos musicales y hasta muebles (en esos casos, los chicos se encargan de preparar una infografía con fotos del objeto, al no poder traerlo a clases).
Estos relatos apasionan y generan mucha curiosidad en sus pares, quienes encuentran que todos tenemos historias parecidas, puntos de encuentro y, sobre todo, lazos de afecto que nos conectan no solo con la familia que tenemos, sino con aquellos que vinieron antes de nosotros.
Durante junio de 2020, después de haber trabajado la novela en mis clases virtuales y en el cuaderno, pensé cómo podía trasladar el cierre del proyecto al nuevo contexto. El resultado fue un Museo Virtual que armamos con la herramienta Padlet: si bien no desde la oralidad sino desde la escritura, la fotografía y, en algunos casos, el video, los chicos igual pudieron contar sus historias, mostrar sus reliquias familiares e intercambiar comentarios con sus compañeros.
Una vez que todos hubieron subido sus respectivas entradas -con fotografía y texto- al Museo, se envió a las familias una nota explicando en qué consistió el proyecto, agradeciendo su colaboración y, por supuesto, invitándolos a visitar las producciones de los chicos.
Para mí, el proyecto del Museo Virtual fue un punto de inflexión como docente, porque aprendí que, si bien la tecnología no sirve para sustituir la presencialidad en el aula por diversos motivos, sí puede ser una aliada en crear nuevas producciones, en abordar desde otro ángulo los proyectos que ya funcionan, y en aportar un nuevo canal para la construcción de conocimientos y el intercambio con los pares.