¿Quién es el otro en cuanto prójimo?
El prójimo es en primer lugar, una presencia misteriosa que se revela, aunque, las cosas también son o se hacen presentes en nuestra vida pero no son misterio, sino problemas que se van resolviendo teórica o prácticamente en relación de nuestras existencias. A las cosas las miramos, las convertimos en puntos de vista, en objetos de observación, mientras que el otro es un misterio que lo develamos y somos capaces de ver en el rostro del otro al prójimo, entonces, el otro empieza a ser para nosotros una presencia misteriosa que nos interpela, y que nos habla (Argote, 1984). Mediante el diálogo y la comunicación de gestos podemos pedir ayuda, mostrar afecto, acciones que se manifiestan el sentir de la persona y su dependencia con el otro.
La presencia misteriosa se nos revela desde dentro de sí misma, a ella nos inclinamos en una escucha profunda con una actitud de atención que la realizamos ante cualquier persona, si habla es porque necesita, si me mira es porque quiere comunicarse o comunicar algo, siempre tendemos hacía el otro. Si tomásemos la Biblia y su mensaje libertario, se diría que el prójimo es el necesitado, el pobre, el indigente, aquel excluido marginado. En este contexto podemos situar a la filosofía latinoamericana, no queremos volver a la physis griega, gracias al cristianismo pudimos reencontrarnos con el hombre visto como persona, los modernos objetivaron al hombre casi como una cosa, tratamos de hacer filosofía en Latinoamérica desde la misma historia, yendo más allá de la physis, dirigiéndonos al misterio humano; emergiendo de la praxis latinoamericana, de su mundo, de su cotidianidad, se pretende repensar sobre la realidad de nuestros pueblos y conducirlos hacía conciencias libertarias, donde lo otro sea nuestros pueblos, y nuestra responsabilidad por cambiar las situaciones de miseria.
Además, el encuentro con el otro lo podemos abordar desde su exterioridad, ya que, en ocasiones nos encontramos alejados de la proximidad, en la lejanía. Habitualmente encontramos el rostro del otro como una cosa más. El chofer del taxi aparentemente es una prolongación mecánica de su vehículo; la mujer ama de casa se muestra como un momento más de la limpieza y el arte culinario; el soldado como un miembro del ejército; el cura un miembro más del clero; es así, como el otro hace parte del sistema donde se encuentra inserto, pero el llamado del encuentro con el otro como foco de alteridad es cuando de pronto aparecemos en toda la exterioridad. Como cuando el taxista resulta ser amigo y nos pregunta estando desprevenidos “¿cómo te va? ¿Qué trancón tan severo?; como cuando la ama de casa resulta ser la confidente de sus hijos y se sienta a dialogar con ellos; o el soldado que comparte sus tristezas y alegrías con sus compañeros. Aquella pregunta inesperada del taxista, o aquellas actitudes fuera de sus sistemas nos impactan, y es ahí donde alguien aparece en el mundo, y mucho más cuando lanza su voz pidiendo auxilio.
De esta manera, el reconocimiento del otro implica un diálogo frente a la situación existencial desde donde parte la filosofía de la praxis como respuesta a la situación de marginación y su sucesivo compromiso con su causa.