¿Quién mira por la jornada laboral de los niños?

Ellos no cotizan a la seguridad social, no van al paro, y cada día se preparan para un competitivo mundo laboral de doce horas. Saben, porque lo viven, al igual que sus padres, lo difícil que resulta conciliar el trabajo con la vida familiar.
Los profesionales que trabajamos en la educación tenemos que protestar por algo más que un sueldo digno y unas buenas condiciones laborales. Hay que luchar conjuntamente con los padres para que las condiciones de los niños con los que trabajamos sean lo mejor posibles.
El sistema de educación obligatoria tiene poco de educativo y mucho de abusivo. A la jornada de clases, por si no fuera suficiente con X horas semanales, se le suman otras X horas al día de deberes. ¿A qué trabajador se le obliga de esa manera a llevarse trabajo a casa? ¿No sería éste motivo de queja de un sindicato de trabajadores? Podemos hablar también del riesgo de escoliosis, hernias y otras deformaciones de la columna, que nadie va a contemplar como enfermedades laborales y que serían muy fáciles de evitar si se tuvieran en cuenta.
¿A qué profesor no le gusta desconectar de las clases el fin de semana y en vacaciones? ¿Por qué a los niños se les obliga a llevar tareas para casa? ¿No tienen ellos derecho a desconectar de su trabajo? Se les está obligando a cumplir con jornadas laborales que ni los profesores hacen. ¿Cuánto tiempo al día les queda para ser niños? Están quitándoles su infancia por un futuro que no se sabe aún cómo va a ser, lo único que podemos saber con seguridad es que ya no volverán a ser niños nunca más.
¿Cuándo se trabajará por las necesidades educativas auténticas y acordes con la cambiante realidad? ¿Cuándo nos uniremos los padres y los profesores con el objetivo común de la educación de calidad de los niños? De los adultos del mañana, no del hoy. Dejemos a los niños ser niños todo el tiempo que dure su infancia.