Desde niños los seres humanos mostramos una habilidad especial para hacer preguntas. Tenemos una curiosidad innata que nos impele a observar y a escudriñar la realidad que habitamos. Pero el acto de preguntar lleva implícito la necesidad de respuestas, y, con el paso del tiempo y los conocimientos acumulados, hemos podido construir disciplinas específicas que nos ayudan a ordenar un poco esta constante interpelación. La ciencia y la filosofía son dimensiones del saber humano que se sustentan y viven en esta dialéctica entre el mundo y nuestra necesidad de conocerlo. Ambas entregan conocimientos válidos y se complementan para ayudarnos a comprenderlo mejor. Sin embargo, sus diferencias, que a simple vista debieran ser muy claras --la ciencia estudia los hechos y la filosofía reflexiona sobre el mundo en general--, en realidad no lo son tanto y es bastante complejo decir dónde empieza una y termina la otra. De hecho, se ha construido una disciplina llamada "Filosofía de la ciencia" para analizar la convergencia de estos campos del saber humano. En el camino las cosas se han oscurecido un poco. Por eso a veces es bueno ir a las preguntas elementales y revisar si todavía tienen validez. Así, viene al caso examinar las diferencias básicas entre la ciencia y la filosofía, hacer el pequeño ejercicio de discernirlas y plantear, finalmente, que ambas contribuyen a mejorar nuestra vida individual y social.
¿Desde dónde parten, entonces, un filosófico y un científico?
El científico, a grandes rasgos, observa un problema, piensa en los procesos que llevará a cabo para resolverlo, en los resultados que obtendrá y en cómo se relacionarán con la realidad. Es decir, se mueve principalmente en ámbito de lo empírico. El científico se pregunta ¿por qué sucede esto?, ¿cómo puedo replicar el fenómeno?, ¿qué método voy a usar para obtener resultados confiables?
El filósofo, por su parte, indaga en los fundamentos que nos llevan a actuar de una u otra forma. Es decir, retrocede de lo empírico y escruta el lugar en el que nos paramos para ver el mundo. Aborda los saberes específicos del arte, la historia, la física, etc., y revisa sus principios, formas y paradigmas. Busca conexiones más amplias a nivel teórico. Trata de abordar los temas desde fuera, más allá de las limitaciones propias de las disciplinas, y mira si el modo en que se están desarrollando son las más adecuadas o, en caso contrario, cuáles serían mejores. El filósofo pregunta ¿por qué necesitamos saber?, ¿qué significa conocer?, ¿existen los fenómenos?
En este sentido, al no estar tan limitada por lo empírico, la filosofía puede hacer conexiones y abrir caminos insospechados. Esto, quizá, la hace ver como algo demasiado teórico, ajena a la realidad o muy deductiva; sin embargo, podemos iniciar un pensamiento filosófico desde cualquier punto de nuestra cotidianidad más prosaica. Una mesa, las estrellas, el tráfico automotriz o las injusticias sociales pueden ser buenas simientes para un análisis filosófico. Ahora bien, esto de cuestionar todas las cosas que damos por sentadas quizá agote a quien no sienta afinidad por la filosofía, pero hay que decir que gracias a esta revisión hemos podido superar muchas ideas erróneas del pasado.
En consecuencia, su tarea no sólo es plantear preguntas críticas, lo que puede hacer cualquier periodista o analista social, también tiene que elaborar respuestas y argumentos válidos. Y aquí es donde empieza la verdadera filosofía. Gramsci dijo en su momento que todos los seres humanos podíamos filosofar. Es cierto si tomamos en cuenta sólo la primera parte de la filosofía, la que corresponde a las preguntas. Pero faltaría la parte más difícil, la de las premisas, argumentos y conclusiones. El pensamiento filosófico requiere cierta organización lógica y esfuerzo que le permita ese ir más allá de lo conocido. Así como el científico prueba una y otra vez sus fórmulas y revisa sus experimentos y resultados mediante distintos mecanismos, el filósofo juega con las ideas, las da vueltas y elucubra sus conclusiones después de un largo trabajo intelectual. Y no sólo eso, la buena filosofía requiere, además de argumentos válidos, un sentido, una visión general sobre cómo debemos vivir. Aunque los filósofos profesen cierto escepticismo, discutan causas y consecuencias y busquen nuevas relaciones a través de un pensamiento ordenado y lógico (mas no definitivo), también son parte del mundo y por más que lo intenten no pueden eludirlo. Ya lo decía Kant, porque somos parte, las reglas que gobiernan el mundo también gobiernan nuestra mente, por lo que debe existir una correlación verdadera entre ambos. De lo contrario no podríamos vivir en él.
La ciencia nos ha ayudado mucho a mejorar nuestra calidad y expectativas de vida, y hay que estar agradecido por eso. Pero el ser humano no es sólo materia, y es cuando estamos saciados de nuestra hambre orgánica que nos dedicamos a reflexionar sobre la vida y a tratar de resolver esas dudas existenciales que nos han inquietado desde tiempos remotos. Los griegos antiguos lo sabían muy bien, por eso en sus banquetes estaba la combinación perfecta entre comida, bebida, amistad y filosofía.