La preocupación que tenemos hoy en día por todos los problemas del mundo que nos están pasando factura es grande. Eso parecería no tener nada que ver con educación si no fuera porque la educación es supuestamente una de las soluciones más poderosas que tenemos para generar un futuro mejor. Por fortuna, hay generaciones jóvenes que están demostrando interés en aprender de los errores del pasado y actuar diferente.
Sin embargo, ¿por dónde empezar? ¿Por el cambio climático desmedido, prácticamente irreversible? ¿O por las injusticias diarias que vemos y vivimos en todas las sociedades? ¿No son acaso contradictorios esos caminos que resuelven una de estas situaciones empeorando otra? El estatus del profesor en esta revoltura es curioso, porque reconocemos que sus clases importan y son útiles, pero fuera del salón de clases no parecen tener ningún efecto. Queremos que los aprendizajes sean significativos para las personas, así que no es descabellado apostar a dejar de ser espectadores de lo que pasa fuera de las aulas.
De hecho, lo que pasa fuera del aula siempre se cuela en el aula. Los contextos de l@s alumn@s afectan la manera en la que aprenden. Asumiendo que no tengamos práctica en la psicología o en la asesoría a nivel individual, la complicación para la labor de la enseñanza es cómo contribuir en tantos caminos personales desde nuestra limitada formación. Hay una meta posible asomándose en estas palabras: hay claves en el modelo de escuela que estamos empleando que nos pueden ayudar a contestar estos dilemas.
La respuesta que nos da la EPJA
Nuestra responsabilidad en la educación no es llevar de la mano a las personas a sus futuros. No nos colamos en las vidas de otr@s para ser sus vigilantes: ni es justo, ni es sano. El extremo contrario es presentar al conocimiento como un conjunto de reglas sin movimiento ni conexión con la realidad, cosas de libro y nada más. Para hallar el punto medio, se han planteado diferentes modelos escolares que conectan la técnica, la práctica y lo más importante, el significado que le damos a los saberes en nuestros contextos.
Uno de estos modelos es la Educación Permanente para Jóvenes y Adultos, o EPJA, que brinda a sus estudiantes capacidades generales y específicas para concretar proyectos en los que se involucre su comunidad. L@s estudiantes son protagonistas de su propio conocimiento, un saber que además es útil y trae resultados materiales, y sus profesores son acompañantes que colaboran con otras figuras relevantes. Es permanente, porque siempre aparecen nuevos problemas a resolver que demandan nuevos proyectos.
Aunque la presencia de la EPJA en México es menor, tenemos un modelo semejante que se usa en el Consejo Nacional de Fomento Educativo, o CONAFE, llamado Modelo ABCD: Aprendizaje Basado en la Colaboración y el Diálogo. La primera diferencia con la EPJA es que el ABCD está pensado para el trabajo con niñ@s y para las condiciones en las que se labora en las escuelas rurales, con grupos multigrado, muchas carencias y comunidades más unidas. Sin embargo, coinciden en darle la batuta de su propio conocimiento a sus estudiantes y mantenerse como profesores en la línea del acompañamiento. Como alumno del ABCD, eliges un tema para investigar por tus medios, siempre con la sugerencia de tutores y acompañantes, y luego expones lo que encontraste y complementas tu información con lo que tus compañeros conocen. Otra distinción importante con la EPJA es que en su aplicación, el ABCD sigue un currículum concreto separado por materias y temas, mientras que la Permanente acomoda sus contenidos según los proyectos. Ambos esquemas comparten sin embargo la extensión de la auto educación hacia un espacio en el que nunca había existido realmente, el aula.
La EPJA, modelo adulto: ¿para niñ@s?
¿El modelo de la EPJA se puede exportar al trabajo con infancias? Me parece que depende del alcance y la ambición de los proyectos que se emprenden. Si revisamos los puntos clave de cómo fue comprendida la EPJA en Argentina durante sus preparativos de diseño, encontramos que conciben a la educación como una herramienta para:
- Transformar la sociedad actual.
- Problematizar nuestra situación social y ambiental mediante un pensamiento crítico.
- Tener instrumentos para analizar las interacciones humanas y llevarlas a un arco de mayor justicia.
Si vamos a conceptos, la justicia, el transformar y el problematizar no son cuestiones que estén más allá de la comprensión de un niño. Implica el entender cómo es vivir en su piel, una adaptación de lenguaje y didácticas. Lo que puede preocuparnos más sobre esta mutación es el mantener para las infancias la carga social de la EPJA. Se busca que las interacciones en la escuela se traduzcan luego en trabajo hecho por y para los sectores pobres y marginados de la sociedad. La Permanente no tendría por qué perderse en lo trivial por su propio diseño flexible y abierto, en el cual:
- Se prioriza el trabajo total a entregar.
- Diferentes instituciones guiadas por diferentes criterios puedan trabajar de manera equilibrada, sin perder el contenido de fondo.
- Se pone en un mismo nivel de importancia la vida ciudadana y la convivencia respetuosa con otras especies naturales.
La ciudadanía y la relación con la naturaleza son vínculos que en realidad ya podemos ejercer desde la infancia. Dentro del modelo, las personas somos eslabones hacia prácticas específicas, y como profesores dentro de esta nueva educación podríamos hacer una comunidad que discuta qué de particular tienen nuestros contextos.
Los campos que abarca esta hipótesis educativa son: la conciencia ambiental, la enseñanza cívica, la responsabilidad tecnológica y las prácticas de campo, entre otras. Y más importante que las habilidades específicas es que la flexibilidad del diseño es la flexibilidad de la gestión del futuro. Pero todo esto es posible sólo con el compromiso y la confianza de que no hay respuestas sectoriales sin una solución de raíz, hecha desde la colaboración.
Agradezco la información sobre CONAFE que me compartió Rita López Rojas. Sin ella, no hubiera sido posible terminar este artículo.